-¡No sirvo para nada! ¡Déjame en paz! nadie me quiere. - exclamó la niña, que ahora se ahogaba con sus propias lágrimas.
Él se quedó en el umbral de la puerta, a observarla y hacerle compañía, mas no se acercaba. Se quedó pensativo.
Ella seguía llorando, no quería sentirse así, tan inútil, sentía que todos la odiaban.
-Yo no te odio.- le dijo él como si estuviese leyendo sus pensamientos. - Es más, eres hermosa, la persona más magnífica que pude haber conocido. No quiero que te sientas así. - Esta vez sí se acercó a abrazarla. Con la mirada llena de esperanza.
-Estás loco.- manifestó sollozando.
-¿Cómo aún no te das cuenta? ¡Desde hace mucho tiempo que te amo! - Lo soltó así sin más. Al fin lo dijo.
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